sábado, 11 de mayo de 2013

"La Decadencia del Imperio Romano"


 El imperio romano comenzó su lenta decadencia en el 3 o siglo, una de las principales causas de su caída fue una serie de plagas, especialmente la peste de Cipriano, que diezmó la población del imperio, haciéndolo más difícil recaudar impuestos suficientes y reclutar ejércitos. 

      En 284 dC, Diocleciano se convirtió en el emperador. Él consideraba el gran imperio ingobernable y lo dividió por la mitad, el Imperio Occidental y el Imperio Oriental. Cada uno era gobernado por un emperador independiente. Bajo el gobierno de diversos emperadores subsecuentes, el imperio oriental y occidental se volvió a unir en una sola entidad. Teodosio I fue el último emperador que gobernó sobre un Imperio Romano unificado. Después de su muerte en 395 dC, el Imperio Romano fue definitivamente dividido, el Imperio Romano Oriental se regiría de Constantinopla, mientras que el Imperio Romano Occidental se regiría intermitentemente entre Roma, Mediolano, y Rávena. 



      En los siglos 4 y 5, los pueblos nómadas de Asia Central comenzaron a emigrar fuera de su patria y causaron considerables estragos en todo el continente euroasiático. Uno de estos grupos fueron los hunos, que llegaron a Europa a cerca de 370 dC. La llegada de los hunos en Europa de inmediato provocó un gran movimiento involuntario de los pueblos germánicos, los cuales, en siglos antes se habían trasladado desde Escandinavia y se asentaron en la margen norte del Imperio Romano. Estos pueblos germánicos se vieron obligados a abandonar sus países de origen y penetraron en el mundo mediterráneo, a veces asentándose pacíficamente, en otras ocasiones atacando ciudades romanas u otras veces ofreciendo sus servicios como mercenarios a la defensa de las ciudades romanas contra otros invasores bárbaros. Los visigodos eran uno de los primeros grupos germánicos en llegar barriendo a través de los Balcanes, derrotando a un gran ejército romano en la Batalla de Adrianopolis en 378 dC y luego emigrando a Italia y saqueando a Roma en 410 dC. Finalmente terminaron asentándose y creando un reino en el ámbito de Aquitania


      Poco después siguieron otros grupos germánicos como los vándalos, que arrazaron a través de Europa occidental y África donde conquistaron a Cartago y establecieron un reino allí. Las invasiones germánicas fueron implacables, los anglos y los sajones invadieron a Gran Bretaña, lo que obligó a Roma abandonar la isla en 410 dC. Los francos tomaron el control de la totalidad de la Galia, y los ostrogodos conquistaron a Italia. Por 500 dC, el Imperio Romano Occidental no existía  después de haber sido sustituido por una serie de reinos germánicos. El Imperio Romano Oriental siguió intacta y sin embargo sobrevivió por mil años mas, como el Imperio Bizantino.



Occidente asediado

La división del Imperio en dos mitades, a la muerte de Teodosio, no puso fin a los problemas, sobre todo en la parte occidental. Burgundios, Alanos, Suevos y Vándalos campaban a sus anchas por el Imperio y llegaron hasta Hispania y el Norte de África.
Los dominios occidentales de Roma quedaron reducidos a Italia y una estrecha franja al sur de la Galia. Los sucesores de Honorio fueron monarcas títeres, niños manejados a su antojo por los fuertes generales bárbaros, los únicos capaces de controlar a las tropas, formadas ya mayoritariamente por extranjeros.
El año 402, los godos invadieron Italia, y obligaron a los emperadores a trasladarse a Rávena, rodeada de pantanos y más segura que Roma y Milán. Mientras el emperador permanecía, impotente, recluido en esta ciudad portuaria del norte, contemplando cómo su imperio se desmoronaba, los godos saqueaban y quemaban las ciudades de Italia a su antojo.

El saqueo de Roma

En el 410 las tropas de Alarico asaltaron Roma. Durante tres días terribles los bárbaros saquearon la ciudad, profanaron sus iglesias, asaltaron sus edificios y robaron sus tesoros.
La noticia, que alcanzó pronto todos los rincones del Imperio, sumió a la población en la tristeza y el pánico. Con el asalto a la antigua capital se perdía también cualquier esperanza de resucitar el Imperio, que ahora se revelaba abocado inevitablemente a su destrucción.
Los cristianos, que habían llegado a identificarse con el Imperio que tanto los había perseguido en el pasado, vieron en su caída una señal cierta del fin del mundo, y muchos comenzaron a vender sus posesiones y abandonar sus tareas.
San Agustín, obispo de Hipona, obligado a salir al paso de estos sombríos presagios, escribió entonces La Ciudad de Dios para explicar a los cristianos que, aunque la caída de Roma era sin duda un suceso desgraciado, sólo significaba la pérdida de la Ciudad de los Hombres. La Ciudad de Dios, identificada con su Iglesia, sobreviviría para mostrar, también a los bárbaros, las enseñanzas de Cristo.

Fin del Imperio Romano de Occidente

Finalmente, el año 475 llegó al trono Rómulo Augústulo. Su pomposo nombre hacía referencia a Rómulo, el fundador de Roma, y a Augusto, el fundador del Imperio. Y sin embargo, nada había en el joven emperador que recordara a estos grandes hombres. Rómulo Augústulo fue un personaje insignificante, que aparece mencionado en todos los libros de Historia gracias al dudoso honor de ser el último emperador del Imperio Romano de Occidente. En efecto, sólo un año después de su acceso al trono fue depuesto por el general bárbaro Odoacro, que declaró vacante el trono de los antiguos césares.
Así, casi sin hacer ruido, cayó el Imperio Romano de Occidente, devorado por los bárbaros. El de Oriente sobreviviría durante mil años más, hasta que los turcos, el año 1453, derrocaron al último emperador bizantino. Con él terminaba el bimilenario dominio de los descendientes de Rómulo.


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